sábado, 25 de junio de 2016

Textos ganadores del reto nº 57: El ojo de la cerradura

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Reto Nº 57 El Ojo De La Cerradura


Texto Ganador en Verso:
(20 puntos)


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Me agaché por contemplar
como mi ninfa, desnuda,
se miraba en un espejo
que le prestaba mi pluma.
Su cabello era azabache
y acariciaban sus puntas,
dos nalgas tan deseadas
que se exhibían rotundas.
Su espalda cubierta en sueños,
descubría la dulzura
de los pechos más sedosos
y que nunca carne alguna,
los tendrá como ella tiene
lobulados cual burbujas.
Sus piernas de blanco mármol
tan largas como columnas,
tenían por fin su base
en unos pies que acentúan
la hermosura hecha mujer
por si quedó alguna duda.
No me pregunten su nombre
ni la edad que la tatúa,
y es que tan solo me importa
el recordar su lujuria.
Estos versos van por ella
escritos desde la tumba
pues, fulminado caí,
siendo racimo de uvas,
con lo que a mí me mostró
el ojo en la cerradura.

Carlos Corredor (Butterfly) 13/VI/2016


Texto Ganador en Prosa:
(19 puntos)


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VIOLETA NO ES SOLO UN COLOR
(Leer comentarios en el grupo Territorio de Escritores)


VIOLETA NO ES SOLO UN COLOR (PROSA)

La mujer había decidido alquilar una de las habitaciones de su casa. Estaba contenta con la inquilina, una estudiante de derecho, limpia y afectuosa que nunca le había dado problemas. 
Una noche creyó percibir un ruido procedente de la habitación de la muchacha y se inquietó. Se dirigió al cuarto de la chica y entonces escuchó un gemido.
Sin poder evitarlo, la mujer puso su ojo derecho en el ojo de la cerradura
Había un chico allí. En la cama con la inquilina.
El muchacho cogió un racimo de uvas. Lo pasó por el cuello, los pezones y la parte interior de los muslos de su pareja. Después, se puso uno de los frutos en la boca y lo presionó suavemente contra el clítoris de la chica.
La mujer se sintió azorada al ser espectadora de semejante escena. Sin pretenderlo, estaba siendo testigo involuntario de los juegos amorosos de su inquilina. Quiso darse media vuelta, pero una fuerza desconocida se lo impidió.
La muchacha gimió. Un estremecimiento sacudió su cuerpo. Su compañero, irguiéndose, la besó en la boca. Acto seguido la dejó sola. Regresó con un tubo de pasta de dientes y un cubito de hielo que la mujer supuso procedía de su congelador. Ofreció ambas cosas a la chica. Ella extrajo el dentífrico y lo extendió en el pene del muchacho, al tiempo que se lo acariciaba con el cubito. El contraste de frío y calor lo enloqueció.
La mujer no quiso seguir mirando. Se encerró en su habitación procurando no hacer ruido. Tumbada en la cama recordó a su difunto marido y lo poco satisfactorias que habían sido las relaciones sexuales entre ambos. Él arriba y ella abajo.
Siempre.
Y, por supuesto, nada de juegos previos.
Esa noche durmió inquieta, con la sensación de que se había perdido algo importante. Despertó sudorosa y agitada, con humedad entre las piernas.
Se levantó y, sin tan siquiera desayunar, encendió el portátil. Al cabo de una hora había encontrado lo que quería. En unos días recibiría en su domicilio un vibrador.
Grande y suave.
De color violeta.
Como su nombre.

Sue Celentano

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